Apuntes de una noche histórica

"No puedo estar satisfecho, veníamos a ganar y no lo hicimos. El balance es negativo”. Leandro Ramella ni siquiera permite que los periodistas destaquen la labor de su equipo en la serie que acaba de perder ante Peñarol, en los cuartos de final de la Liga Nacional 13/14. El rival de toda la vida tuvo que trajinar arduo, pero al final impuso el peso de sus nombres y se llevó el pase a la semifinal. Quilmes, su Quilmes, es reconocido y subrayado por el juego que esgrimió en su vuelta a la máxima categoría, además del muy buen papel que jugó contra el poderoso Peñarol. Pero Ramella no quiere saber nada. Está mal. Él quería ganar. No se corre del objetivo que se había impuesto por más que sabe que sus muchachos lo han hecho de buena manera.

Un año después, otra vez le toca bailar con la más fea. Ahora la más fea es Obras, de Julio Lamas, que salió primero en la tabla de posiciones de la zona Sur. Su equipo, hace segundos, dio el golpe y ganó el quinto punto de una serie memorable: “No puedo dejar de decir que tuvimos suerte. Si Obras anotaba ese lanzamiento desde al lado del aro en tiempo regular el partido se terminaba, y además después metimos un triple a la carrera…” Ramella, entrenador de la gesta de Quilmes, no pierde la lucidez para analizar un triunfo que sí le permitiría hacerlo. Su equipo acaba de ganar el partido que le dio el pase a la final de conferencia de la Liga y clasificó a su club por primera vez en la historia a una competencia internacional.

Pero el entrenador es analítico. No se deja ganar por la emoción y explica: “Nuestro mérito, quizá, haya sido ir a buscar esos lanzamientos de tres puntos. No darnos por perdidos”. Tiene razón. Quilmes perdía por 6 (72 a 66), a falta de 32’’. El panorama era muy complicado. Primero Maciel, siempre él, y después Clark, lograron lo que segundos antes pintaba como imposible. Y Wolkowyski en el primer suplementario, y Vildoza en el segundo, completaron la faena.

A Ramella ni siquiera lo mueve de su raciocinio el contexto. La cancha de Obras se mudó un rato a Parque Luro, en Mar del Plata, y se tiñó de Once Unidos. Los hinchas de Quilmes celebran hasta que se apagan las luces el triunfo de su equipo en doble tiempo suplementario ante el número uno de la fase regular de la zona Sur. Pero el entrenador no se obnubila: “El ascenso con Villa Angela lo tengo guardado como un tesoro, es de los recuerdos que más me quedan. Me daba gusto cómo jugaba ese equipo… Haber ascendido también con Quilmes, por todo lo que significa el club y me representa a mí”, responde luego de haber sido preguntado sobre si el partido frente a Obras era el momento más importante de su carrera.

Los jugadores de Quilmes están en la cancha de nuevo. Se habían ido al vestuario cuando terminó el partido, pero luego de un breve e íntimo ritual, vuelven a la cancha. Están exactamente en el medio de la cancha, el centro de la escena, el lugar que les corresponde esta noche. Se abrazan, jubilosos. Extranjeros, nacionales mayores, juveniles. Son una piña de mil caras. Ramella los mira y los señala. Explica que le da “orgullo dirigirlos, porque pueden perder o jugar mal, pero son solidarios y se esfuerzan”.

Ivory Clark es un extranjero de los que no abundan. Primero, porque a los jugadores foráneos se los contrata, generalmente, para que destaquen por su cuenta en capacidad anotadora. Pero a Clark eso no le es menester. Defiende, ayuda, pasa la bola, ajusta sobre el defendido de algún compañero, y se complementa con Tayavek Gallizzi para hacer de la pintura de Quilmes un lugar prohibido para rivales. “Pasamos de todos los momentos, hemos discutido, nos hemos dicho cosas. Pero este grupo tiene corazón, tiene corazón -repite y se toca el pecho el extranjero con ‘genes’ de nacional- y somos un grupo”, dijo Clark anoche.

Quilmes en 2010 se fue al descenso. Y en 2012, tras un breve retorno, volvió a bajar de categoría. Pero más que la pérdida de categoría, lo que perdió fue la brújula. También la identidad, que es mucho más doloroso que un circunstancial resultado deportivo. Apenas Gregorio Eseverri y Facundo Piñero, soportando todas las tempestades de este tiempo, sostienen la bandera. Se convierten, por mérito propio, en baluartes.

Pero Quilmes tiene historia, hasta no hace mucho sembró, y ahora salió a cosechar. Vuelve Ramella, ya hecho un entrenador profesional, para comandar el nuevo tiempo. También retorna Maximiliano Maciel, quien no ha encontrado otro lugar mejor para desarrollar su carrera. Eseverri y Piñero deciden seguir quedándose a poner el pecho, porque a La Historia la escriben no sólo los que ganan, sino también, y más importante, los que le ponen la cara. Entre todos ellos, más la siembra de éste tiempo, Vildoza y Gallizzi, lo devuelven al equipo a la máxima categoría. Pero, otra vez más importante, le devuelven contenido, razón de ser.

No mucho más tarde, Quilmes recupera a una de las reliquias de sus mejores años, y decide darle un retiro acorde a su trayectoria al inmenso Rubén Wolkowyski. El pivote chaqueño, con 40 años, será el tutor del crecimiento de Tayavek Gallizzi, que acaba de dar una sorpresa enorme y se ganó un lugar en el Mundial de España, junto a algunos integrantes de la Generación Dorada.

Quilmes quiere mejorar lo hecho el año anterior. Toma riesgos y renueva al extranjero sensación, Baxley, quien está encantado de jugar en Mar del Plata. Pero el salto de calidad lo busca, otra vez, mirando hacia adentro: Luis “Junior” Cequeira, a pesar de tener a disposición ofertas de equipos más poderosos o con mayores pretensiones (al menos, en la previa), es tentado para volver a su segunda casa. Cequeira, que se fue hace 10 años, acepta el desafío. Sabe que será una apuesta grande, de riesgo. Pero vuelve a Quilmes.

Quilmes no cambia jugadores, ni extranjeros ni nacionales. Quizá una mejor billetera hubiera permitido algún retoque circunstancial. Pero aquí hace tres años que los grupos se mantienen, los equipos tienen tiempo y desarrollan. Los resultados acompañan.

Pero para clasificar a semifinales hacía falta más. Había que trascender y trascenderse. La Historia lo estaba esperando.

De su viaje a Estados Unidos para las fiestas, Ivory Clark se trajo una pelota número 8, bastante más grande que la reglamentaria con la que juegan los partidos en la Liga, aunque con el mismo peso. Practicó arduo para perfeccionar su lanzamiento y reducir el margen de error. Ante Obras, abrió el partido con dos triples. Y lo cerró con otros dos, uno de ellos, que le pide permiso a Milton Bell y se sienta en el mismo estante que el triple que el rasta le metió a Atenas hace quince años en Once Unidos, o uno de los que encestó en el Ceruti, en aquella otra noche.

Había que liderar la gesta, y Cequeira dejó de ser Junior. Tuvo temple y nervios de acero para conducir en los momentos candentes, en una cancha que se caía abajo. Vildoza, ante la intermitencia de Baxley en ataque y su escaso esfuerzo defensivo, dejó por un rato de ser el chico maravilla y decidió resolver como un mayor.

Wolkowyski, con la tranquilidad de la experiencia, ni se inmutó y, como contra Argentino, entró en el momento más caliente con la cabeza más fría. De lujo.

Maciel, Clark y Gallizzi literalmente fagocitaron a los rivales.

Ramella corrió a abrazar a Lamas, prócer del básquet argentino. El mendigo se convirtió en príncipe. Pero también abrazó fuerte a Safar, que supo acuñarlo como propio desde Kimberley, aunque después Selem tuvo vuelo propio en la otra vereda. Justamente Safar, apenas terminado el juego y paladeando el gusto amargo de la derrota, es sabedor de la gesta de Quilmes. El hoy rival abraza a Ramella, Cequeira y Maciel, reconoce la victoria pero también saluda el momento.

La celebración parece no querer terminar. Vale la pena tomarse un buen rato para saborear este momento, después de tantos de los otros.

El equipo ahora se va de vuelta al vestuario, porque tiene que apurar el paso, lo espera la próxima instancia.

Wolkowyski abraza a Vildoza y se van sonrientes, satisfechos. Al firmante se le ocurre que desde uno hasta el otro se escribe la propia historia de Quilmes, con actores principalísimos como Maciel, Cequeira y Ramella, todos de la cuña.

La gesta estaba hecha. Quilmes le devuelve contenido a su historia.

Por Martín Pellegrinet // en twitter @SoyElPelle
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