Si hay una figura importante en el día a día de los clubes de la Liga Nacional son los utileros. Comparten viajes, mates, cenas, entrenamientos, triunfos y derrotas con los jugadores. Obras tiene el suyo, el histórico Rubén Tapia.
No le gusta. Se esconde. No deja que lo encuentren y le escapa al grabador. Las notas no son lo suyo. “No me la hagas complicada”, suplica, pide por favor. Sin embargo, aunque no esté acostumbrado a la exposición y a las luces, tiene una tarea clave que lo hace tan o más importante que los que salen a la cancha. Rubén Tapia (48) es el encargado de que todo funcione como debe ser para hacer de Obras Basket un plantel de excelencia. Es más que un utilero. Es una institución dentro de la institución. Un trabajador silencioso, humilde e incansable.
28 de mayo de 1985. Rubén se acuerda como si fuese ayer del día que llegó a Buenos Aires proveniente de su Viña del Mar natal. Inmediatamente empezó a estudiar y terminó trabajando enseguida. Fue un buscavidas, como él mismo se define, y se desempeñó en muchos ámbitos: desde verdulero hasta mozo en una confitería. Hasta que, hace nueve años, le llegó la oportunidad en Obras, uno de sus lugares en el mundo.
Primero hizo algunas suplencias y después la dirigencia le pidió que se quede. No sabía nada de lo que era el básquetbol ni tampoco se imaginó llegar a ser utilero. “En todos estos años aprendí un montón de cosas y conocí mucha gente. El club es parte mío, lo llevo y lo nombro en todos lados”, asegura.
“Empecé sin entender nada y ahora me defiendo. Y valoro mucho a la gente. Para mí es muy importante el trato que me dan en el club. El entorno es bueno, el básquet es lindo. A mí me encanta porque es otro estilo de gente. En general, son bastante accesibles todos. Esto es chico y nos conocemos muy bien, nos cruzamos todo el tiempo”, cuenta.
En cuanto a su trabajo diario, Rubén remarca que “uno se acostumbra a venir temprano, a ser el último en irse y a que no falte nada para que esté todo en óptimas condiciones. Hay que estar pendiente incluso en la vida diaria de los jugadores para que no les falte nada”.
Los días de partido, él también sale a lucirse. “Se arranca cuatro o cinco horas antes del inicio para acondicionar los vestuarios de los equipos y los jueces para que todo esté en condiciones. El objetivo es que no falte nada, desde una fruta hasta la ropa. Y después de un par de horas me vengo para la cancha, donde tratamos de dejar el piso y los tableros listos para el juego”, comenta. Y agrega: “Siempre hay que estar atento. Todo lo que pidan los jugadores es prioridad. Si es necesario para que rindan bien y hay que salir de urgencia a la calle a buscarlo, se sale, no pasa nada”.
¿Puede un utilero transformarse en un “psicólogo” de la vida cotidiana? La respuesta es sí. Con su manera de ser, Rubén se ganó la confianza de muchos jugadores y entrenadores que le permitieron compartir charlas y experiencias más allá de lo laboral. “Creo que, con el tiempo, me fui haciendo confidente. Obviamente que con algunos, no con todos. Hay jugadores que confían un poquito más y te cuentan cosas personales. Uno trata de aconsejarlos, sin lastimar a terceros, lo mejor que se pueda. La cuestión es que el jugador haga el clic y cambie para mejor”, explica.
“En su momento, el tema de las cábalas a pedido de los protagonistas fue muy novedoso para mí. Ahora ya no me sorprende. Me han pedido cosas muy raras. Hubo una tarde que salió bien y ganamos por cuatro”, recuerda y suelta la risa. Y vuelve a reír cuando cuenta las anécdotas de los murciélagos que tuvo de sacar de las casas de Julio Lamas y Bernardo Murphy, ex entrenadores aurinegros.
Pero, como siempre, detrás de todo gran hombre existe el aguante de una familia incondicional. Mariela, su esposa, y sus hijos Cristian (23), Melina (21), Dana (18) y Cristel (5) son su sostén y el logro más lindo de su vida. “Ellos tienen mucho que ver con el club. Conocen todo mi entorno, lo bueno y lo malo. Están siempre, aparte vienen a ver los partidos porque les gusta. Después, en casa mi señora hace un poco de psicóloga. Hasta mis hijas me terminan corrigiendo algunas cosas. Todos ellos son un respaldo muy importante, porque a veces uno llega a casa un poco bloqueado debido a mi obsesión para que todo salga bien”, afirma.
En el club, Cristian es su mano derecha y y el futuro heredero de la profesión. “Él me gestiona enseguida las cosas que necesito y me ofrece una ayuda bárbara. Confío mucho en él. Me gustaría que se haga cargo de todo esto en el futuro. Ya se lo he dicho. Conoce mucha gente y lo tratan muy bien”, elogia.
“Quiero seguir progresando para dejarle algo concreto a mis hijos en el futuro. Uno va creciendo y se acortan los tiempos. Es eso lo que no me puedo sacar de la cabeza. Pero seguiré laburando mucho para lograrlo”. Ese es el mayor deseo de Rubén Tapia. Conociéndolo, seguramente lo logrará.