Se frota las manos. Mucho. Fija la mirada al piso y, en menor medida, observa a los ojos. Descarga tensiones. Ofrece una figura desgarbada y, por momentos, habla con cierta timidez. Cuando encara el grabador, Bruno Fitipaldo no parece ser lo que refleja dentro de la cancha a la hora de conducir a Obras. Más bien es totalmente distinto, pero no por eso menos interesante.
A Fitipaldo le gusta recordar. En un país como Uruguay, de chico pintaba para jugador de fútbol. Cada vez que pateaba una pelota lo hacía caracterizado como Dennis Bergkamp, verdugo de Argentina en el Mundial de Francia 1998. Su papá, Juan Fitipaldo, volvió de un viaje por Inglaterra con la camiseta del Arsenal del holandés y Bruno flechó. Todavía resuenan en su cabeza los gritos de gol cuando jugaba por las calles de Carrasco, su barrio de toda la vida, a las afueras de Montevideo.
Sin embargo, el fútbol fue quedando atrás para darle paso al básquetbol, primero en Club Náutico de Carrasco y Punta Gorda y después en Malvín, donde se formó como persona y jugador. Seguramente, el gancho con ese deporte se dio en el patio que comunicaba su casa con la de su primo. Sus papás le hicieron creer que los albañiles que estaban trabajando construían un galpón para guardar cosas, pero cuando para el día del niño los chicos vieron ese mini playón con el tablero para pasar tardes interminables jugando quedaron enamorados. Ahí, Fitipaldo era Steve Nash. O Manu Ginóbili, a quien elogia y de quien destaca la mentalidad.
Mentalidad, esa palabra de 10 letras tan difícil de trabajar. Eso que llevó a Fitipaldo a ser, de alguna manera, un joven veterano con apenas 24 años. ¿Por qué no hablar entonces con Bruno de un tema que a él le parece tan o más importante que el entrenamiento físico y técnico? “Creo que Bruno ya ha mostrado credenciales respecto a ese tema. Dentro de sus mayores virtudes está la determinación, la autocrítica y la responsabilidad. Son atributos que hacen que su mentalidad deportiva lo convierta en lo que es: una buena realidad, un enorme proyecto y un jugador ganador y siempre positivo para el grupo”, destaca Germán Diorio, psicólogo de Obras.
-¿Te acordás cómo eras de chico cuando jugabas en el fondo de tu casa o en la calle?
-Ya era bastante competitivo. No era de pelearme físicamente, pero no quería perder nunca. Siempre quise ganar hasta el partidito más insignificante, ya sea jugando con mi padre en la playa o con quien sea en cualquier lado. Creo que esa es una característica que tenemos los jugadores que terminamos siendo profesionales. Me parece que hay jugadores que no llegan por no tener ese afán de ser mejor que el otro.
-¿Se puede mantener como profesional la esencia y la mentalidad de cuando eras pibe?
-Sí, y es necesario que así sea. Si perdés ese afán de querer competir y, en el buen sentido, sacar ventaja todo el tiempo, en algún momento te volvés un trabajador serial y le das al equipo lo mínimo indispensable. Hoy admiro mucho a Luis Suárez. Me sorprende como, estando en el mejor nivel y tocando el cielo con las manos en el mejor equipo del mundo, fue a jugar hace dos semanas con Uruguay a Brasil. El partido estaba muy complicado para ir a buscar el gol y él hacía lo que fuese necesario para el equipo. Si tenía que tirarse 40 veces al piso y chocar una y otra vez lo hacía sin problemas. Lo que quiero valorar es el hambre que sigue teniendo, como cuando jugaba en la calle con los amigos. Seguramente se iba enojado a la casa si no le salían las cosas. El lo sigue haciendo de la misma manera pero en un nivel superlativo, con reconocimiento y donde el dinero ya pasó a un segundo plano. Lo sigue haciendo por el amor propio y hacia Uruguay. Creo que eso el jugador no lo puede perder nunca. Lo vemos también en Manu Ginóbili, quien es un jugador muy pensante e inteligente pero que no deja de lado su instinto. En general deja de lado sus intereses por los del equipo.
-¿Cómo sos adentro de la cancha y en la vida?
-Lo manifiesto un poco distinto. En la vida soy muy tranquilo, no soy hiperactivo ni necesito estar satisfecho haciendo cosas todo el tiempo. Disfruto de las cosas simples. Extraño bastante a mi familia y amigos, eso sí. Cuando estoy en un ambiente de confianza me suelto más. Y adentro de la cancha se podría decir que soy más ansioso. Soy demostrativo siempre dentro de mi forma de ser, que no tiene que ver con ser tan extrovertido. Cuando entreno o juego quizás estoy mucho más prendido.
-¿Cómo aparece el trabajo mental en tu carrera?
-Cuando empecé a jugar no le daba mucha importancia. Pensaba que lo único era el entrenamiento físico y técnico. Utilicé muchísimas horas en eso. Tuve que hacer una preparación distinta a la media. A los 14 años era un jugador con proyección pero con un techo muy marcado en cuanto a lo físico. Era bastante lento y no tenía las características necesarias para, por mi altura, jugar en esta posición. Entonces fui a hacer un entrenamiento especial con Andrés Barrios, un preparador físico de atletismo especialista en velocidad. Hoy es el entrenador de los atletas olímpicos uruguayos. Trabajé con él durante casi ocho años hasta que me vine para acá. Su ayuda coincidió con mi explosión genética y todo eso me dio un nivel aceptable para jugar. Yo nunca fui una persona con problemas de comportamiento o relacionamiento, y eso quizás hacía que la cuestión mental no fuera tan importante. Pero la realidad es que las personas que tienen esos problemas tienen que trabajar ciertas cosas y yo también pero en otro ámbito. Estoy convencido de que el aspecto mental abarca un porcentaje muchísimo más grande de lo que creemos. Vemos pasar jugadores con muchísimo talento pero que no tienen esa calidad emocional para poder desarrollarse con normalidad. Y vemos muchos otros que por ahí no tienen las aptitudes pero lo suplen con otras cuestiones. Me parece que todavía siguen siendo un número mínimo los que utilizan este tipo de ayuda para entrenar de igual manera la mente y el físico.
-¿Acá cómo lo desarrollás?
-Generalmente tengo sesiones semanales con Germán (Diorio). Y, a su vez, estamos siempre en contacto por situaciones extraordinarias. Me gusta mucho el fútbol y he leído bastante de este tema a partir de las experiencias de jugadores y entrenadores. Creo que al fin y al cabo es lo que le da el salto de calidad al jugador. Lo podemos llamar mentalidad, carácter o como sea, pero ahí está la diferencia. Jugadores que salten, tiren bien y sean atléticos hay muchísimos, pero por algo solo algunos se llegan a destacar, pueden liderar un equipo y se mantienen vigentes a lo largo del tiempo.
-¿Tenés maneras de enfocar tu mentalidad antes de los partidos?
-Eso lo fui perdiendo un poco. No tengo rituales, simplemente son maneras de vivir los días de partido. No son muy distintos tampoco a un día normal. Obviamente que si tengo que hacer algún mandado o trámite lo dejo para otro momento. Estoy muy tranquilo. Hago el entrenamiento de la mañana, almuerzo y duermo siesta para después esperar la hora del juego. No tengo cábalas, más que nada rutinas. Aparte siempre creí que eso muestra una cierta debilidad. Si un día la media que te ponés siempre está rota en la punta, te quedás pensando en eso y no creés en todo lo que vos podés dar, que es realmente lo que te hace jugar bien, no está bueno.
-Si tuvieras que definirte en cuanto a tu mentalidad, ¿qué dirías?
-Si vamos a mi forma de ser te digo tranquilo. En realidad tranquilo no, porque si les preguntas a mis compañeros te dicen que estoy ansioso, preocupado y alerta mucho más de lo que ellos lo están. Me joden con eso. Creo que a la vez soy bastante paciente. Trato de entender los procesos. No me apuro a dar veredictos, sino que me trato de convencer de una manera de trabajar. A veces los resultados, malos o buenos, te hacen dudar, pero busco que eso no me mueva tanto. Y después me gustaría ser un poco más regular en mi mentalidad y no tener algún bajón, pero al mismo tiempo se que es algo muy difícil. Los que tienen una completa regularidad en lo anímico son muy pocos. Es difícil definirme. Lo que se es que siempre busco ser el mejor ser humano y jugador posible.