Él no merecía perder

Cuando tenía 14 años vi por televisión un clásico de fútbol entre Boca Juniors y San Lorenzo de Almagro. El tiempo ha borrado de la memoria los detalles inherentes a fechas y datos estadísticos, pero el tiempo no logró apagar un hecho que impactó en mi formación y en la manera de ver el deporte.

Boca consumó la victoria pero del otro lado, el delantero del ciclón, Alberto “Beto” Acosta había regalado una actuación memorable. Por aquellos tiempos la revista “El Grafico”, de aparición semanal, era devoción de mi lectura y en el número que reflejó la fecha, le dio a Boca su importancia por la victoria y reservó una doble página para el “Beto”. Luego de mimarlo un poco con elogios, la crónica sostenía como final que si alguien no mereció perder esa tarde era justamente el goleador de San Lorenzo.

Quince años después en una noche de noviembre, Esteban Pablo De la Fuente erró la bandeja del final, la que le hubiese dado la victoria a Quilmes y el partido se quedó en manos de Peñarol. La memoria, y sus caprichosos vericuetos, trajeron el recuerdo inmediato de la anécdota de fútbol.

De la Fuente hizo todo para ganar y más. Pero no fue una historia de 40 minutos, ni siquiera de los 30 minutos de permanencia en cancha. Hubo una historia importante detrás del juego. En el medio de un mapa complicado para el cervecero, Esteban se lesionó en Olavarría siendo, como casi siempre, el jugador más claro del equipo. Su tobillo se esguinzó y perdió el movimiento natural que necesita un deportista de elite.

Solo el corazón de un jugador como él forzó la situación de ponerse en cancha para el partido: “El clásico no me lo pierdo”, anticipó. Y cumplió. No sólo que lo jugó sino que además, de su inteligencia brilló la luz más importante de la noche.

“De los tres clásicos que se jugaron el mejor por riqueza táctica fue el segundo, no este”, definió con notable certeza, el periodista Rodolfo Puleo. El clásico del martes fue pasional, vertiginoso, lleno de errores y el más cerrado de los últimos 8 años.

A medida que el partido avanzaba desde la cabina de transmisión, con Rodolfo Puleo y “Cachacho” Pascual, nos fuimos llenando los ojos con tanto basquet propuesto por un jugador distinto.

Para quienes solo se contentan con mirar las estadísticas De la Fuente tomó 8 rebotes, convirtió 5 puntos (0/2 en dobles, 1/2 en triple y 2/2 en libres), con una tapa, dos recuperos, una asistencia y 2 perdidas en 30 minutos.

De todos modos, el valor más importante de Esteban fue el trabajo al servicio del equipo, sin que sume en la planilla. Sabe cuando pasarla y sobre todo, a donde la debe pasar. Juega con las cortinas necesarias, toma los tiros que tiene que tomar y la pelota tiene un imán con él, siempre va para el lado donde él esta (¿o acaso sabe para que lado saldrá?). Su sola presencia acomoda los desbarajustes de un equipo con altibajos permanentes.

En defensa, es un laburante de lujo. Con la incomodidad del tobillo hinchado a cuestas rindió parejo todo el partido, pero cometió un gran error, quizás involuntario: permaneció muchos minutos en cancha. “La idea es darle de 16 a 20 minutos”, le dijo Alejandro Mangone a Pick and Roll en la previa.

Esteban se la bancó y acomodó hasta donde pudo a sus compañeros. Algún día todos quienes disfrutan de juego del básquetbol podrán ver que ser el mejor no significa meter más puntos, pero por ahora es un criterio vedado para la mayoría.

Del encuentro inexpresivo y abúlico del viernes contra Estudiantes a la versión quilmeña del clásico, hay un gran cambio, que tiene nombre y apellido: Esteban Pablo De la Fuente.

El pasado jueves 18 de noviembre cumplió 36 años y sigue siendo uno de los mejores jugadores de nuestra liga. Ahora, en tiempo donde el vértigo le ha ganado al talento, donde la dinámica se puso al servicio del mejor atleta y no del más inteligente, la vigencia de De la Fuente es un oasis que llena el alma.

Quienes prescindimos del resultado para irnos contento de un estadio como Puleo o Pascual, quienes tenemos la divina dicha de ver el juego y emocionarnos por el básquetbol, seguimos prendiendo velas para que los jugadores como De la Fuente sigan apareciendo.

La justicia pragmática no lo consagró como ganador efímero de una noche en un clásico, pero la justicia divina hará que las voces de la historia se levanten y digan que al menos él… no merecía perder.

Pablo Tosal
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